sábado, 30 de octubre de 2010

Comunicación

Jesús era un líder que escuchaba. Puesto que amaba a su prójimo con
un amor perfecto, escuchaba sin presunción. Nadie puede ser un gran
líder a menos que sepa escuchar. Un gran líder es aquel que escucha
no solamente a los demás sino también a su conciencia y a los susurros
del Espíritu, ya que por medio de El, Dios se comunica nosotros, sus
hijos.
Jesús era un líder paciente, persuasivo y amoroso. Cuando Pedro levantó
la espada, se abalanzó contra el siervo del sumo sacerdote y le
cortó la oreja derecha, Jesús le dijo: “...Mete tu espada en la vaina”
(Juan 18:11). El incidente no despertó en El ni enojo ni perturbación.
Por haber amado a sus seguidores, Cristo estaba en condiciones de
tratar con ellos de igual a igual, de ser sincero con ellos. Hubo veces en
que amonestó a Pedro precisamente porque lo amaba, y Pedro, por ser
un gran hombre, maduró gracias a esas amonestaciones.
Hay un maravilloso versículo en el libro de Proverbios que todos debemos
siempre recordar:
“El oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios
morará..
“El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; más el que
escucha la corrección tiene entendimiento. “ (Proverbios 15:31-32)
Sabio es el líder o el discípulo que sabe escuchar y hacer frente a las “amonestaciones de la vida”. Pedro pudo hacerlo,
pues sabía que Jesús lo amaba y fue por eso que el Maestro lo preparó para ocupar un alto lugar de responsabilidad
en el reino de su líder.
Jesús jamás aprobó el pecado, pero veía en él algo que emergía del interior por necesidades insatisfechas de parte del
pecador. Esta percepción le permitió condenar el pecado sin condenar el pecador.
Del mismo modo podemos nosotros poner de manifiesto nuestro amor hacia otras personas aun cuando tenemos la
responsabilidad de reprenderlas. Tenemos que ser capaces de ver en lo más profundo de su vida a fin de detectar las
causas básicas de sus fracasos y defectos.

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